Leer la televisión

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Estar viviendo la era de la globalización y de las tecnologías ha permitido que tengamos un gran acceso a todo tipo de contenidos, no obstante esto no se ve siempre plasmado en la calidad de la televisión, ni en la variedad de la oferta; productores, directores y guionistas parecen seguir obstinados en presentar novelas mediocres y noticieros superficiales.

Según el Consejo Latinoamericano de Publicidad en Multicanales, LAMAC, con 84% de cobertura nacional, Colombia es el país de la región con más suscriptores a la televisión por cable. Aun así, la Gran Encuesta de la Televisión Colombiana realizada por Ipsos-Napoleón Franco demostró que pese a tener una oferta televisiva relativamente variada, los colombianos siguen prefiriendo los canales privados (68% Canal Caracol y 66% RCN), el pico más alto se presenta en las horas de la noche, el llamado prime time, cuando un 80% de los colombianos afirma ver televisión para entretenerse, informarse o para educarse. ¿Qué estamos viendo?
En Colombia la televisión tuvo un cambio, digamos que sustancial desde el nuevo milenio, particularmente desde el 2002 cuando los llamados realities llegaron a ocupar ese mencionado prime time mostrándonos que los millones ofrecidos en el premio mayor eran capaces de comprar cualquier pudor. Sin embargo, fue desde hace un par de años para acá, cuando los canales privados empezaron a nutrir la programación con series relacionadas con narcotráfico, prostitución, sicariato, y más recientemente paramilitarismo en ‘Tres Caínes’. Aunque la audiencia se había mostrado bastante pasiva con el tema, esta última producción de RCN hizo que un buen número de ciudadanos levantara la voz para exigir respeto con las víctimas, respeto con la audiencia, y ante todo un poco de sintonía con el proceso de paz que está adelantando el país. El canal contestó que con 14 puntos de rating, era lo más visto, lo que los colombianos querían ver. Es decir, la respuesta más vulgar de la industria, que más allá de un interés social, el canal ponía lo que le generaba ganancias. Una respuesta que se puede acotar con lo que alguna vez dijo el fallecido narrador costeño Sánchez Juliao “la actual televisión, además de un insulto a la colombianidad, es muestra de la poca importancia que los gobiernos le dan a los males que pueden causar a quienes no tienen recursos para pagar televisión por cable”, o quienes teniendo cable siguen prefiriendo esta oferta.
Por otro lado está el segmento informativo. En promedio, una noticia de la emisión del noticiero de las 7 de la noche dura entre 30 segundos y un minuto y medio. En una hora de emisión, hay más pausa comercial que información, al final resulta cierta aquella frase “un mar de conocimientos con un milímetro de profundidad”. Y si nos preguntan qué vimos, “ni idea”, con seguridad iremos a recordar la tragedia del día, o la niña violada, o que agarraron a un ladrón, o el clásico de las superficiales notas internacionales: que un perro se casó con una gata en Tailandia. Aunque ese es el panorama de lunes a domingo, las cosas cambian bastante cuando un “algo extraordinario ocurre”. Así por ejemplo, este año que nos ha traído papa latinoamericano y santa colombiana, los colombianos hemos tenido que soportar segundos, horas y minutos en una asfixia constante sobre la misma cuestión.

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El tema de la madre Laura venía ya dando sus pasos desde el año pasado, sin embargo fue en el mes de mayo cuando el vaticano dio su “Sí” y empezó el despliegue mediático, en un país que se precia de ser laico y con libertad religiosa. Como buen diplomático y católico era labor del presidente Santos acudir al acto, finalmente el hecho resulta relevante para el país, ‘La madre Laura es Colombia en el mundo’.
Lo que resulta cuestionable es que durante esos días en el país no se habló de nada más, se sintió como que todos éramos ardientes católicos. Lo que se vio en los canales oficiales es que este sigue siendo el país del Sagrado Corazón, donde se desconoce casi que por completo las demás creencias, y aún más grave donde se omite el derecho que tiene cada colombiano según el artículo 73, el derecho a ser informado.
Según CNN, “los latinos protestantes representan el segmento de mayor crecimiento entre los millones de estadounidenses que asisten a la iglesia. Entre los jóvenes, este abandono de la Iglesia católica es aún más rápido y son los índices de inmigración los que han forzado al Vaticano a considerar la situación”. Sin duda, todo esta moda americanista y excesivo cubrimiento mediático obedece a algo más que la distinción de los milagros, corresponde, de paso, a la estrategia política del Vaticano para atraer fieles, o mejor, cuidar a los que están para que no se vayan, en un momento en el que más que nunca se ha expandido en Latinoamérica la iglesia protestante y un momento en el que más que nunca la iglesia católica ha perdido credibilidad.

La Madre Laura, antioqueña, trabajadora de su misión, entregada a la fe, por supuesto no tiene la culpa de las estrategias, las políticas, y menos de todo el mercado comercial que ahora se está haciendo con su imagen. Fue una evangelizadora que trabajó con amor inquebrantable por la causa y por eso merece nuestra admiración, sin olvidar que fue terrenal y mortal como todos nosotros.

Pero finalmente, este artículo no es sobre la madre Laura, ni la hermana Lupita de México, en cambio sí es una invitación a cambiar de canal cuando vemos que lo que vemos no nos representa, ni nos informa. Es sabido en el pueblo de Dios que el discernimiento entre lo bueno y lo malo, entre lo que beneficia y lo que perjudica, hace parte del crecimiento espiritual (ver: Hebreos 5:14). En esa sabiduría está el decidir que es mejor apagar el televisor, o al menos buscar otras fuentes para informarse. Y cuando de novelas para el entretenimiento se trata, siempre es mejor apagar el televisor, compartir con la familia, leer un libro, disfrutar del ocio que hay lejos de la pantalla. Bien dijo Pablo de Tarso, todo nos es permitido pero ¿todo nos conviene? Seamos sabios y antes de pasar el tiempo frente a la caja mágica preguntémonos qué de eso nos edifica.

En la cárcel de tu piel ♪

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Cuando empecé a saber y gustar de Calle 13, el grupo puertorriqueño de música urbana, me sentía la más arrabalera, original y osada en la Facultad de Ciencias Humanas, donde solamente se escuchaba Pablo Milanés, Silvio Rodriguez y Charly García; corear ‘Mujeres feministas vamos hablar sin tapujo: tú pones la colcha y yo te destrujo’ me aseguraba ser muy distinta de todos aquellos que usaban sacos anchos de lana virgen. Mi agonía vino cuando Calle 13 empezó a ser tan social que cantó ‘Canción para un niño en la calle’ de Mercedes Sosa. Un día llegué en medio del paro y escuché a varios ‘compañeros’ entonando temas de Calle 13 y buscando qué canciones poner. Supongo que ese momento fue tan fuerte para mí, como lo fue para los seguidores de Metallica cuando Shakira hizo lo propio con ‘Nothing else matters’. ¿Por qué tanta indignación? Imagen Dos puntos me resultaron interesantes en el capítulo ‘Me odio a mí mismo y quiero comprar’: uno es el del consumismo en su máxima expresión disfrazado de anticonsumismo y el otro es el de la distinción, ambos piezas claves para entender la reflexión aquí iniciada por Joseph Heath y Andrew Potter. Los dos nos llevan a un lugar común, el consumir como una necesidad humana y natural, pues el anticonsumista radical, crítico y exacerbado al igual que el nadador que cae en los tentáculos de una Physalia y en su lucha por librarse de ellos solo acaba por enredarse más y recibir más descargas de veneno. ¿Un poco exagerado el símil?

Al cumplir mi mayoría de edad internacional viajé a conocer Buenos Aires, allí trabajé en un local de ropa para teens llamado Muaa. Leer a Heath y Potter me ha llevado irremediablemente a pensar en esos días. Muaa no era una marca cualquiera, era la marca que debían usar todas las chicas entre 12 y 20 años. Con frecuencia vi que llegaban chicas que por alguna razón no les quedaba la ropa del local, porque eran muy gordas o muy chicas, pero aun así era tal la necesidad por tener algo de Muaa que escuchaba frases del tipo “pero no tenés otra cosa, no sé al menos una lapicera de Muaa” o peor aún era cuando a pesar de que un zapato quedaba apretado o el pantalón quedaba por los tobillos, la chica decía “No, no importa, me queda bien”. Veía a chicas llorar cuando no lograban llevarse algo de Muaa a casa. Otra historia era cuando aparecían las mujeres bolivianas o paraguayas con el mismo deseo de las argentinas de comprar algo rosa de Muaa para sus hijas, y es que si bien, las primeras llegaban con tanto o más dinero que las locales, no estaba bien visto que compraran en la tienda. Era orden de la gerencia hacer lo posible porque se fueran pronto y sin llevarse nada, el tema de la exclusión se justificaba diciendo que venían a robar o peor aún, a traer sus enfermedades. Pero más que eso y muy a propósito del texto leído, se trataba de un asunto de distinción, la marca estaba dirigida a chicas delgadas, delicadas, mimadas, su eslogan en ese invierno del 2009 era ‘Be unique’. Prendas de princesa goth y/o punk, de chica rusa, y borceguíes militares completaban la colección. “El conformismo y la distinción siempre van de la mano. No es el conformismo lo que produce el consumismo, sino el deseo de diferenciación” dicen los autores, y en Muaa las niñas querían formar parte de ese distinguido grupo de las niñas lindas, esbeltas y con clase de Buenos Aires; y eso lo lograban uniformándose. El invierno pasado se había usado el pantalón remangado al final, al estilo obrero, jugando un poco a la rebeldía, pero cuando nos fue presentada la colección del 2009, la diseñadora dijo expresamente “y por Dios bájenle el pantalón a las maniquíes, eso ya no se usa, ¡se ve fatal!, es del año pasado”. O sea que la ‘rebeldía’ de apoyar a la clase obrera de otros tiempos se cambiaba ahora por tener unos quince años al estilo punk, pero aun siendo una princesa Muaa. Imagen Y era fácil reconocer a una boliviana o paraguaya, no solo por el físico sino porque llegaba con el pantalón pitillo enrollado al final, y las otras vendedoras decían “mira el tapado que trae, es como del siglo pasado y esa remera es del verano, es una desubicada”. Pues según Heath “Tener buen gusto no consiste solo en apreciar la finura, sino también en despreciar la vulgaridad. El buen gusto confiere una superioridad casi insuperable a quien lo posee”, es decir, no era suficiente con saber que Muaa era la marca, era necesario despreciar a todas aquellas que no la sabían llevar. No hay que hacer un extensivo análisis para comprender lo que ocurría, en esta dirección nos dicen Heath y Potter que los hábitos de consumo tienden a propagarse de arriba abajo en la escala social, al irlos adoptando sucesivamente los miembros de las clases inferiores y además que. Y si hubiera un tipo conformismo del tipo rebaño apacible, las chicas de Muaa podrían comprar eternamente el entubado doblado hacia arriba y el mismo sweater inspirado en Moscú, pero ese inconformismo y fuerte deseo por distinguirse de la boliviana hace que con cada cambio de estación la tienda pueda cambiar de colección y tener asegurada la venta. ¿Acaso una chica se levanta de su cama pensando decidida en que quiere verse linda, pero rebelde a la vez y que todo eso lo puede lograr vistiendo Muaa? Nos dicen Potter y Heath que no tiene por qué ser voluntario. “El consumismo competitivo puede no tener nada que ver con los motivos de las personas; a medida lo impone la propia naturaleza de los bienes que se quieren tener”. Desde el jardín, desde el colegio, desde los primeros años de la vida se nos enseña a competir, sea en Colombia como democracia participativa o en China como república comunista. El consumo, en su manifestación competitiva, viene a ser una extensión de ese ‘tienes que ser el mejor’ que venimos escuchando casi que al tiempo con ‘mamá’ ‘papá’ ‘tete’ en la cuna. Intentar atacarlo desde el precio equivale a querer eliminar a la raza humana, pues los modos de consumo son tantos y tan diversos como particulares los seres; pensar en una ‘liberación’ supone reflexionar a profundidad para escapar de las formas de lucha tradicionales que poco han servido.

Y entonces termina Braulio su balada romántica estoy preso a voluntad, por favor déjame así no me des la libertad ♪

Heath, J y Potter, A. (2005) Rebelarse vende, el negocio de la contracultura. Bogotá: Taurus.

Buenaventura, N. (1992) ¿Qué pasó. Camarada? Bogotá: Ediciones Apertura