De cómo llegué a enamorarme de los alemanes

Estándar

¡Ay de los prejuicios!, esos pequeños demonios que por una u otra razón dejamos habitar en nuestra mente y corazón, esas verdades que tenemos como indiscutibles sobre algo o alguien, esos alambres de púa tejidos, a veces sin mucho esfuerzo, y que marcan un límite para mantener lejos aquello que suponemos conocer -o tememos conocer.

Que los chinos son sucios, que los gringos son ególatras, que los mexicanos son machistas, que los españoles son arrogantes, que las colombianas son putas, y uno de mis favoritos, quizás el que más repetía (sin conocer ni siquiera un alemán) “los alemanes son fríos y aburridos”. ¿Cómo llegó eso a mi mente? ¿Por Rammstein? ¿por Hitler? ¿por verlos tan rubios? No habrá nunca justificación válida para un pensamiento tan tonto.

Y bendito sea Dios por el tiempo en el que me permitió vivir, este tiempo en el que el mundo se abrió y pareciera que cualquier país del mundo está a la vuelta de la esquina, bendita sea esta máquina aniquiladora de demonios prejuiciosos llamada viajar, pues gracias a ella es que podemos borrar esos dibujos mal hechos que tenemos y retratarlos de cerca, mejor.

Esta historia, como muchas de mis historias de amor, ¡comienza con un mensaje en CouchSurfing! que decía: “soy un chico aleman y pronto viajare a Colombia! Hasta ahora solo viaje en america central (donde aprendi mi espanol) para mi seria la primera vez q yo me quedaria en un couch, espero encontrare uno! Seria un placer si me podria quedar en tu casita. Sebastian” (apartes del original) Lo primero que pensé con mi mente prejuiciosa fue “¿un alemán usando diminutivos? … jumm qué sospechoso (y qué tierno a la vez)” Nunca había alojado a un ario en mi casa, y me encantó saber que mi familia y yo seríamos su primera vez en Couch, una gran oportunidad para mostrarle las bondades de esta red, siempre me gustó ser la primera vez de alguien (hablo del CouchSurfing por supuesto, no se hagan otras ideas).

Cuando llegó, y aquí debo reconocer el cliché, caí enamorada con sus ojos azules, su sonrisa, su forma tierna y dulce de actuar, sus chistes sobre las cortesías de los bogotanos: “buenos días por favor me podría hacer el favorcito de por favor venderme una agüita” según él todos hablamos así -y es verdad jaja-. Y yo dentro de mí “¿un alemán con sentido del humor?” Así que lo llevé a bailar con el paquete completo: vallenato, salsa, merengue, reggaetón, Néctar y Margaritas por sugerencia de mis buenos amigos. Si están esperando que diga que todo lo bailó a la perfección, pues no, pero puedo decir que se esforzó con todo su ser teutón, con excelentes resultados. Sebastián se fue luego de dos noches y recorrió lugares de Colombia que ni siquiera yo conocía, me animó a viajar por mi país: San Agustín (Huila), la selva Amazónica, el Parque Tayrona (Santa Marta). Terminó completamente enamorado de todo lo que aquí encontró, tanto así que contempló durante mucho tiempo la idea de venirse a vivir.

IMG-20181112-WA0058 (Paquete de vainilla deteriorado por el paso del tiempo)

Cuando regresó a su “frío” país, él seguía en contacto y tuvo uno de los detalles más románticos que he recibido en mi vida. Como alguna vez yo le había contado que viajando con Lufthansa probé el arroz con leche más delicioso del mundo, mi Sebastián me envió una carta que viajó 9240 kms en la que me enviaba chocolates para la familia y dos bolsitas de Milchreis (con las instrucciones traducidas al español, por supuesto), con vainilla y canela en polvo para que yo volviera a tener el sabor de Alemania en Colombia. Una carta de amor y agradecimiento que venía de Bühl.

Y yo con sospecha: “¿los alemanes son románticos?” Y sí, son románticos, tiernos, sonrientes, y tan dulces como el arroz con leche (Milchreis). Adiós prejuicio; Hallo süße Deutsche!

Aclaración necesaria: esta historia se complementa con la de Matías, otro alemán que conocí en un hostel de Río, y con Daria que la conocí en una fiesta multicultural en Bogotá. De los tres me enamoré.