Retratos de amor en una semana

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Acabo de contar y han pasado 24 semanas desde que renuncié al trabajo que hice durante seis años, y empecé a dedicar mi vida entera a dejar huella. Cada día que paso con cada uno de los chicos me enamoro más de lo que estoy haciendo, me siento privilegiada por saber que Dios me escogió, cada semana miro lo que pasó y me siento conmovida con cada anécdota.
Esta semana, del 6 al 12 de septiembre del 2021 me ha llevado a escribir estas letras, pues fue supremamente significativa y me confirmó la fuerza de mi llamado. No quisiera olvidar lo que he vivido en estos días.

De lunes a domingo fue una semana de chicas. El lunes en la tarde me encontré para hablar con Sharon*, hace días quería hablar con ella pues la última vez que estuvimos juntas insinuó algo sobre la mala situación que estaba viviendo en casa, pero en esa ocasión había varias personas alrededor, y sabes que cuando algo es delicado y toca tu intimidad, quieres contarlo, pero no quieres divulgarlo como última hora en las noticias del mediodía, la experiencia en estos pocos años me ha enseñado que es necesario buscar un espacio a solas, neutro y casual que permita hablar y escuchar. Sharon no es una chica con la que yo tenga especial confianza, por eso pensé que sería difícil que ella me quisiera contar lo que estaba pasando con su familia, oré por ella pues la había tenido en la mente cada día que pasaba sin que habláramos. Lo que pensé que sería difícil, pasó a ser una de las conversaciones más francas y lindas que he tenido, me conmovió ver cómo abrió fácilmente su corazón contándome que su papá se había ido de casa cuando ella tenía apenas 4 años, pero que recordaba perfectamente cuando llegaba borracho a golpear a su mamá, que se veían muy poco, pero que cuando la llamaba, lo hacía para decirle: «eres una gran decepción». Me contó que antes esa frase rompía su corazón, pero que ya le daba lo mismo, que esas palabras se habían vuelto un sobre vacío de parte de alguien que jamás estaba presente ni en lo material, ni en lo emocional y menos en lo espiritual de su vida. Fue una larga conversación sobre sus miedos, sus tristezas, sus rabias, pero también sobre sus sueños, sus pasiones y su esperanza. Fue un privilegio escucharla tan franca y directa. En mi turno, mis palabras se enmarcaron en el perdón, le sugerí que orara por su papá, que bendijera su vida con sus palabras y que empezáramos un proceso para sacar de raíz todo rencor, por supuesto no es ni será jamás un proceso fácil, pero si hay un inicio se puede continuar. Me dijo: «Profe, es que yo no puedo orar porque yo he tratado mal a Dios y me daría pena volver a decirle alguna cosa, después de haberle hablado así», así que la invité a que oráramos juntas, pues Dios siempre estaba ahí esperando por nosotros.
Pensé en cuántos miles o millones de personas hay en el mundo suponiendo que Dios no los va a escuchar por alguna rabieta que hicieron en un momento de intenso dolor, pero Dios no es como nosotros, él sí perdona.
Fue hermoso escuchar a Sharon hacer una oración sincera de reconciliación, escucharle decir a Dios: «sé que me he alejado de ti, pero gracias por siempre haber cuidado a mi familia y a mí». Ese momento marcó mi corazón.

El martes hablé con María José, tiene solo 17 años, toda la conversación empezó porque alguna vez mientras yo hablaba con un grupo en el que ella estaba, me dijo: «yo quisiera decirle muchas cosas, pero usted se va a dar cuenta que son un montón de estupideces», así que, al igual que como me pasó con Sharon, en mi mente y corazón quedó esa inquietud por hablar con ella a solas, en un espacio neutro y tranquilo. María José no me miraba a los ojos y suspiraba mucho antes de decirme cada palabra, pero ya luego dijo una frase que tristemente es común en nuestros chicos: «profe, es que yo he pensado en matarme» y continuo con otra frase igualmente triste y común: «profe, es que yo odio a mi papá». Había intentado quitarse la vida con medicina que consumía su abuela como tratamiento psiquiátrico. Lamenté una vez más ver cuánto daño hacen los padres sin darse cuenta. Le pregunté las razones de su odio y me contó que su papá llegaba borracho a pegarle a su mamá, que ella llevaba 6 meses sin trabajar, entonces siempre la estaba tratando de mantenida. Por supuesto, el maltrato de su papá a su mamá, hacía que su corazón estuviera tan adolorido. El conducto obvio era que su mamá lo denunciara y que procurara alejarse de él, pero aunque muchas veces vemos que la solución es tan sencilla, la realidad de cada hogar es mucho más compleja, se añaden además temores que impiden en la mayoría de los casos que las mujeres tomen una decisión, aún más en este caso en que son otros 3 hermanos los que dependen del papá. No imaginé lo sanador que sería para ella el simple hecho de ser escuchada, oramos por su familia, por ella, por su sueño de ser diseñadora de modas- (y así como ella me contó que le encantaban los turrones, yo le conté que yo era fan del arequipe). La María José que llegó sin mirar a los ojos, incapaz de abrazar, la que yo nunca había visto sonreír, ahora se había convertido en otra persona. Esa misma semana me llevó un tarrito de arequipe que entregó en medio de risas, y me escribió un hermoso mensaje de amor, que ni en los días más optimistas pensé recibir de ella: «la amo muchísimo profe, gracias por llegar a mi vida, Dios la bendiga». Ese arequipe -tan inesperado como el mensaje por Facebook- me recordó cómo Dios es capaz de sorprendernos a diario con pequeños detalles románticos, pero si dudamos del romance de Dios es muy probable que aunque lleguen no los reconozcamos. El amar a María José y sentirme amada por ella fue el regalo más dulce de esta semana.

El miércoles estaba en medio de una conversación con un par de chicos y escuché la voz de mi pequeña y fuerte Camila diciéndome: -Profe, es que yo quiero hablar contigo. La abracé y empezamos a caminar alrededor del parque para charlar. Tiene solo 9 años y ha estado yendo a la Fundación por casi 6 meses junto a sus hermanos. La mayoría de veces, y aunque sea muy duro lo que los chicos me cuentan, procuro no llorar frente a ellos sino mantener la calma, sin embargo, no pude contenerme cuando me dijo con la voz quebrada y sus ojos gigantes llenos de lágrimas mirándome: «profe, es que yo estoy muy triste porque mi mamá se fue de la casa y toda esta semana no la vi, o sea ella no está en la casa, ella se fue, pero yo no quiero que tú hables con ella»… pasó un breve silencio y agregó: «es que una parte de mí está triste, pero la verdad en otra parte también tengo rabia». La abracé muchas veces, y le pedía a Dios que me diera las palabras correctas ante tan triste situación, le pedí que se sintiera amada por él, que se sintiera protegida. Me confesó que uno de sus principales temores es que por la separación de sus papás también la fueran a separar de sus hermanos, que no se quería ir de su casa, que se asomaba por la ventana esperando a que su mamá llegara en la moto; que ya había perdido a su abuelita y que no quería ahora perder también a su mamá. Luego de muchos abrazos y un par de lágrimas le recordé que había un libro de situaciones que definitivamente no podemos controlar y una de esas pues es justamente las decisiones de los adultos, pero que aún había muchas otras que ella podía controlar como amar a sus hermanos, hacer sus tareas, ayudar en casa y lo más importante: orar por su familia, y ella estuvo de acuerdo en que oráramos en ese momento. En instantes como esos veo cómo la vida espiritual de los niños es tan real, confían tanto en Dios y oran de forma tan natural, en medio de su oración, Camila reconocía a Dios como su padre, le agradecía por haberlo conocido desde que era muy pequeña, le pedía perdón por los momentos en que no lo ponía de primeras en su vida, y por supuesto oró porque su hogar fuera como antes. Nos abrazamos una vez más y llegamos corriendo a la cancha. Solo pude agradecer a Dios por darme ese instante que hace mi fe más musculosa.

Mi preciosa Karol, amé sus ojos desde la primera vez que la vi, su sonrisa contagiosa, su ternura, su cuidado con sus amigas, su paciencia, su pasión, su magia. Sin que hubiéramos pasado mucho tiempo juntas, ya sentíamos que nos queríamos desde hace años y ella que siempre sabe hacerme sonreír tuvo uno de los regalos más tiernos y generosos que he tenido en estos 6 años. El sábado era día de torneo, eso significa estar todo el día (de 6 a.m. a 6 p.m.) en la cancha, bajo sol, viento y lluvia; y no es que sea un sufrimiento, la verdad es que lo disfruto muchísimo y los días de torneo son mis favoritos, la noche anterior no duermo emocionada pensando en todo lo que va a pasar; pero estar todo el día en la cancha a veces también significa no comer muy bien, y pocos (o ningún chico) puede fijarse en algo así. Estando ya en la cancha, quizás eran las 10 de la mañana, miré el celular y tenía un mensaje de ella: «Buenos días, profe, ¿te gusta la avena? ya voy a llevarte el desayuno». Llegó unos 20 minutos después con su sonrisa hermosa y sus ojitos claros, en la mano traía esa prometida arepa con huevo y una botella de avena, ambas delicias preparadas por ella y su mamita. Me dijo: «es que me puse a pensar que mi profe aquí todo el día y sin desayunar, yo tenía que traerte algo de comer». Me alegró todo el día, y alegró el doble a mi estómago. Una vez más Dios cuidando de mí, amándome y haciendo lo que Él hace mejor: sorprender! Gracias, mi Karol, por tan extrema ternura y por tan rico sazón.

… y así se me van pasando los días pidiéndole a Dios más y más amor para dar, se lo pido a él que es fuente de amor inagotable, seguro en mis fuerzas, ya habría desistido.

*Cambié los nombres por proteger la privacidad.

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